Recuerdo aquel sábado de diciembre por la tarde cuando arribaba a New Orleans, un día diferente a cualquier otro y esto surgía por las emociones que sentía mi corazón. Veinte años han transcurrido cuando decidí emprender una nueva vida fuera de Estados Unidos y está me sorprendió al darme cuenta de que España me recibía con muchas incertidumbres, pero tenía la convicción que solamente en Madrid podía lograr mis sueños. El tiempo paso rápido como si hubiese volteado la página de un libro de Borges y nuevamente estoy acá en esta tierra donde me vio crecer; procedo a salir del avión y recorrer el largo pasillo para buscar mi maleta, al salir del Aeropuerto Internacional Louis Armstrong para habilitar mis redes en mi móvil para solicitar un Uber, mis pensamientos empezaron a fluir haciendo denotar que este país es de sueños, pero conmigo era la excepción. Mi felicidad en este momento era abrazar nuevamente a mis padres y decirles cuanto los amo.
El Uber no tardo un minuto en llegar y me adentre en aquel automóvil Mercedes Benz color negro modelo recibiente por su tecnología que contaba, al ponernos en marcha divise que la ciudad había cambiado radicalmente y no me sorprende el auge del desarrollo económico derivado que la mentalidad de los Estadounidenses es de consumo, varias construcciones con diseños arquitectónicos novedosos fue lo que me llamo la atención, el emblema de la flor de lis no podía faltar, es la imagen representativa y sobre todo la gente de piel morena predominante en este estado; pero lastimosamente el racismo no ha cesado al igual que las pandillas, existen varios proyectos para combatir; pero la historia es la historia y New Orleans es testigo del maltrato que se les dio a las personas morenas por la esclavitud y las conquistas.
Llego a mi destino, las sensaciones están a flor de piel y mi corazón late muy fuerte, me aproximo a la puerta principal y toco el timbre, sale una señora de tercera edad, pelo corto café con tintes dorados, gafas de lectura doradas, y bien arreglada como si fuera ir a una homilía en la Catedral de San Luis; al verme, no dice ni una palabra y sus ojos empiezan a rodas lágrimas. Nos quedamos estupefactos sin decir ni una palabra, esa señora era mi madre y avance unos pasos para darle un fuerte abrazo.
Pregunte por mi padre y se encontraba en la parte trasera de la casa, al escuchar ruido se acerco y al verme corrió para abrazarme, ese momento me recordó cuando era un niño y celebrábamos mis pocos logros que obtuve. New Orleans es parte de lo que soy a pesar de que me haya desarrollado en Madrid, este es mi linaje, esta es la tierra que vio parir mis primeras ideas y amo este gran país.
Conversamos toda la tarde con mis padres para ponernos al día y al acercarse la noche, propuse que fuéramos al Café Du Monde en Riverwalk para disfrutar de la vista hacía el rio Misisipi, posteriormente caminar por la ciudad tan radiante y viva que ofrece French Quarter. Veinte años que me fui de esta ciudad tan cultural e increíble, regresamos a casa temprano para que a mis padres no les afectara el frio que está haciendo.
Al día siguiente, desperté con una sonrisa al ver que me encontraba en mi habitación de adolescente y todo estaba en su lugar tal cual como le dejé. Me dirigí a la cocina para hacer el desayuno y sorprender a mis papas, me ingenié con lo poco que había en la alacena y en el refrigerador. Me encanta este tipo de reto y es que siempre me enfrento a esto.
Mis papas a los minutos bajan al comedor y quedan paralizados al ver el banquete que había montado, se abrazaron y mi madre dice las palabras siguientes:
─ Hijo, eres un gran chef. Estamos orgullosos de ti porque perseguiste tus sueños al irte de este país y al abandonarnos; pero la recompensa es clara: tienes una cadena de restaurantes en toda Europa, eres reconocido como uno de los mejores cocineros a nivel mundial; y, sobre todo eres nuestro hijo al que amamos con todo nuestro ser.
Mis ojos se llenaron de lágrimas; procedimos a degustar los alimentos aquella mañana fría de diciembre en una casa colonial en New Orleans.