En algún momento de nuestras vidas hemos escuchado las siguientes preguntas ¿Qué libro estás leyendo? ¿Qué interesante se ve el libro que estas leyendo, me lo prestas cuando termines? ¿Me prestas un libro?…
Seguramente encajarán con alguna de anteriores preguntas o en su caso algún parecido. Al prestar nuestros libros se torna en un momento de despedida y esta despedida puede ser la definitiva al no volver a verlos a ver. Es una separación difícil por el cariño que le tenemos a un libro y por las experiencias que hemos pasado durante la lectura.
Expondré un evento peculiar precisamente con el libro Que nadie duerma de Juan José Millas, un libro fascinante por la forma en que está construida la novela. Lo presté a una persona a la cual tenía una confianza fuerte y estaba seguro que estaría en buenas manos. Lastimosamente por cuestiones de la vida esta persona se alejó y ni se quiera me despedí de mi libro ya que estaba seguro que regresaría a mi biblioteca, lo perdí y me dolió.
Ahí comprendí que no hay que prestar libros.
Hoy inexplicablemente regresó a mis manos y a pesar de que no es el mismo libro, estoy feliz de tener una edición en mi biblioteca.
El espacio vació vuelve a llenarse, pero esto no siempre es así. Probablemente ese espacio vacío podrá ser sustituido por otro libro o se quedará permanentemente así haciendo una conmemoración interna de ese desprendimiento provocado por nuestras propias decisiones.